Silvia acababa de llegar a
Londres y tras quedar en verse con el profesor al día siguiente, cogió un taxi
y fue directa al hotel que había reservado. Aprovecharía para descansar del
viaje y navegar un poco por la red, a ver si era capaz de encontrar algún tipo
de información que le fuese de utilidad.
Pidió que le subiesen algo
de cena a la habitación y se dio una ducha para relajarse. Había pasado toda la
tarde delante de la pantalla del ordenador sin encontrar nada útil. Sus ojos
estaban enrojecidos y el cansancio no le permitía seguir concentrándose.
Por la mañana vería al
profesor Adam y esperaba que pudiese darle las respuestas que tanto deseaba.
Quería culpables y, si nadie
estaba dispuesto a encontrarlos, llegaría hasta el final ella misma.
Mientras el reloj de Londres
daba las campanadas que anunciaban las diez, Silvia entraba en el edificio
donde se ubicaban los despachos de los profesores, estaba impaciente por
encontrarse con el anciano, pero una joven le había indicado que esperase en la
recepción hasta que el ayudante del profesor viniese a buscarla.
Un joven entró desde la
puerta lateral que comunicaba con los despachos.
-¿Señorita Cruz?- preguntó
sin levantar la vista de unos documentos que sujetaba en las manos.
-Si- contestó Silvia
mientras levantaba la mirada hacia la voz que había mencionado su nombre.-¿Tú?- respondieron ambos al unísono.
Jack se encontraba igual, no
había cambiado de aspecto ni un ápice, su pelo dorado, que ahora llevaba muy
corto, sus carnosos labios que la hacían suspirar cuando dejaba un racimo de
besos junto al pulso de su cuello y su mirada, esa mirada de chico malo que
tantas y tantas veces había visto desplegar para conseguir lo que quería.
De todas las personas del
mundo jamás pensó que podría volver a encontrarse con él. Llevaba camisa y
pantalones blancos que realzaban más su bronceado y un pequeño colgante al
cuello se podía ver gracias a los dos botones sin abrochar.
Jack no salía de su asombro.
Silvia, su adorada y dulce Silvia estaba frente a él. Había cambiado bastante
desde la última vez que sus vidas se cruzaran, su cabellera negra como la noche
había sido sustituida por un hermoso color chocolate dorado que resaltaba sus
ojos almendrados. Ya no era una niña. Vestía un hermoso vestido largo estampado
en color azul y blanco palabra de honor que resaltaba sus pechos firmes y se
ajustaba a su pequeña cintura; su ropa
dejaba al descubierto a una hermosa mujer, a esa mujer que nunca pudo desterrar
de su mente y que tantas noches le había quitado el sueño al no poder
encontrarla de nuevo.
Ambos se miraron en
silencio, sin saber que decirse el uno al otro. El mundo se paró de repente a
su alrededor. Jack acortó la distancia que los separaba y abrazando a Silvia
depositó un tierno beso en su mejilla.
-Estás estupenda, ¿cuánto
tiempo ha pasado?
-Quince años si no recuerdo
mal.- respondió ella.- tú también te ves genial. La verdad no se que decir.-Pues no digas nada. Yo también me he quedado sin palabras. Si te parece, después de hablar con el profesor podíamos tomar un café en la cafetería de la universidad, me gustaría saber que ha sido de tu vida.
-Bueno, no se que decirte. Todavía estoy asimilando el haberte encontrado aquí.
-Pero promete que lo pensarás. Ahora vamos, el profesor Adam te está esperando.
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