lunes, 27 de febrero de 2012

El Secreto del Papiro Capítulo 2

Jack se encontraba en el despacho del profesor catalogando los últimos libros que habían llegado esa mañana. Llevaba ocho años trabajando para él y disfrutaba cada momento que pasaba junto al viejo profesor.
Pronto partirían hacia Toronto para realizar una de las conferencias que tenían previstas ese año. El profesor Adam era experto en lenguas antiguas, así como en arqueología e historia antigua.  
Cada vez que se encontraba en la pequeña sala biblioteca que el anciano profesor tenía adjunta a su despacho, sus pensamientos volaban una y otra vez en la misma dirección. Esos libros le traían recuerdos de una adolescente que adoraba el arte y la lectura por encima de todo. Pero había sido hace mucho tiempo, y aunque el recuerdo le asaltaba en los momentos más inesperados, no quería que condicionasen su vida. Una vida que él mismo había decidido sin pensar en las consecuencias.

Jack era alto, metro ochenta más o menos, y aunque siempre había sido de constitución delgada, su vida había hecho que sus brazos fuesen fuertes con músculos bien marcados. Las excavaciones del profesor habían sido su gimnasio particular y habían dado forma a su cuerpo atlético. Llevaba el pelo muy corto de un suave color miel y su piel, ligeramente bronceada, hacía todavía más atractiva esa mirada de ojos verdes tan profunda como serena.

Sonrió ante su siguiente pensamiento. Como le gustaba recordar a esa pequeña morenita que tantas y tantas veces había ido a buscarle mientras jugaba con sus amigos. Su sonrisa se ampliaba según su mente avanzaba en la historia. Una sonrisa pícara que hacía derretirse a cualquier mujer a la que fuese dirigida.

-Jack- llamaron desde fuera de la habitación.

Su mente volvió a la realidad, y dejando con cuidado sobre la mesa auxiliar el libro que quedaba por colocar, abandonó la pequeña biblioteca para ir a ver a su amigo y profesor.

-Profesor Adam.-llamó Jack al entrar al despacho de su amigo.

El anciano profesor de cabellos blancos, estaba sentado junto a una pequeña mesa que le servía de escritorio en una habitación repleta de artilugios, figuras y libros. Llevaba una camisa de color crema impoluta y unos pantalones marrones. Parecía que en cualquier momento fuese a salir de expedición.
Su mirada, profunda como la noche, dejaba entrever una gran sabiduría adquirida con los años. Tenía el pelo corto y su barba, que arreglaba cada dos días para que no creciera demasiado, disimulaba las arrugas de su rostro.

-Aquí estoy JC. Pasa y ten cuidado con la figura que hay al lado de la estantería. Se ha partido la peana que la sujetaba y puede caer en cualquier momento.- contestó el profesor.
Jack pasó con cuidado junto a la copia de la Venus de Milo que tanto le gustaba a su viejo amigo.

-¿Quiere que la lleve al departamento de restauración? Seguro que pueden dejarla como nueva.
-No te preocupes. Ya he llamado a los chicos y vendrán a por ella después de comer.- contestó el profesor.
-Hemos recibido noticias de la universidad de Toronto. Me temo que tendremos que retrasar el viaje profesor.
-¿Por qué?
-Una pequeña confusión en la organización de las conferencias. La suya está programada para dentro de dos semanas, ya que por motivos de agenda han tenido que realizar algunos cambios en el programa.
-Está bien pero, ¿qué va a pasar con los billetes? Ya los teníamos emitidos para el viernes.
-Eso no será ningún problema. Como el error ha sido suyo, se harán cargo de los gastos por el cambio de fecha así como de realizar las gestiones oportunas con la compañía.

-Estupendo. Entonces como tú mismo has dicho, no hay ningún problema.- contestó el profesor.
-Ninguno. En cuanto el cambio esté realizado me acercaré a por los nuevos billetes. Si me necesita estaré con los chicos en el laboratorio.- contestó Jack antes de marcharse.

El Secreto del Papiro Parte 3

-¿Señorita Cruz?- preguntó un joven con el uniforme de una de las mensajerías de la ciudad.
-Si.
-Este paquete es para usted, si es tan amable de firmar la entrega.

Silvia firmó los documentos y le dio las gracias al mensajero. No esperaba nada por lo que le sorprendió recibir un paquete y más a esas horas.
Se sentó de nuevo en el sofá y abrió el sobre que lo acompañaba. Las lágrimas volvieron de nuevo a sus ojos al descubrir la escritura de su amiga.

“Querida Silvia,
Si recibes esto es señal que algo me ha sucedido. Se que últimamente no he sido la gran amiga que tú te merecías pero cuando veas lo que contiene el paquete que ahora te envío me entenderás.
Sólo quiero pedirte una última cosa, no dejes que caiga en las manos equivocadas, es de vital importancia. Alguien lo persigue y si llegase a caer en sus manos, no se que podría suceder.
Por favor se fuerte, por mi, te necesito más que nunca. Debes llevar su contenido al profesor Adam, él te ayudará.
Silvia, esté donde esté siempre estaremos juntas.
Tu amiga,
Lis.”

Con lágrimas en los ojos desató el cordón que cubría el pequeño paquete y lo abrió.

Silvia no entendía nada de lo que aparecía en el pequeño pergamino que su amiga le había hecho llegar. Los símbolos le eran totalmente desconocidos, aunque el dibujo que figuraba al final del texto, una especie de máquina moderna, no parecía corresponderse con la antigüedad del documento.
Sabía que si su amiga había sido asesinada por ello, debía ser demasiado valioso e importante, por lo que, dejando escondido en un pequeño rincón el dolor que sentía por su pérdida, caminó hasta su habitación dispuesta a preparar su maleta y coger el primer avión a Londres.
La dirección del profesor Adam estaba escrita en la carta que Lis había dejado y, pasase lo que pasase, estaba dispuesta a cumplir la última voluntad de su amiga.

miércoles, 1 de febrero de 2012

El secreto del papiro (parte2)

El teléfono sonó a primera hora de la mañana, Silvia se encontraba en el baño terminando de arreglarse cuando descolgó.
-¿Si?
-Señorita Cruz, ¿es usted?- contestó una voz masculina al otro lado de la línea telefónica.
-Si soy yo, ¿con quién hablo?
-Soy el inspector Carter, estoy enviando en este momento un coche a buscarla, deseo hablar con usted lo antes posible.- contestó él.

El tráfico era intenso a esas horas de la mañana, era difícil llegar al centro de la ciudad, por lo que el conductor tuvo que cambiar de recorrido si quería llegar a tiempo a la comisaría.

Silvia entró en el despacho del detective nerviosa y preocupada por las noticias que pudiese darle. Sabía que algo le había sucedido a su amiga y esta espera la estaba matando.

El agente Carter estaba esperándola junto a una taza de café bien cargado. Llevaba el pelo corto engominado que dejaba al descubierto una frente cargada de pequeñas arruguitas. Se quitó las gafas que llevaba puestas mientras ojeaba un informe delante de su mesa de despacho y se levantó para acercarse a la visitante que acababa de interrumpir sus pensamientos mientras extendía la mano para saludarla.

-Señorita Cruz, disculpe los modos, pero era de vital importancia que acudiese lo antes posible.
-Por favor, necesito saber que le ha sucedido a Lis.
-Siento ser portador de malas noticias. Lisa Hammer ha sido asesinada.
.¡Oh Dios!- respondió Silvia mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y la bilis ascendía por su garganta.
-Le pido disculpas pero necesito que conteste a unas preguntas.
Silvia levantó su cabeza que había colocado entre las piernas cuando las ganas de vomitar habían surgido.

-Lo entiendo. Ayudaré en todo lo que me sea posible, pero deme un minuto para recuperarme- respondió mientras sacaba un pequeño pañuelo del bolsillo e intentaba secarse las lágrimas que no dejaban de salir.
-¿Cuándo fue la última vez que se encontró con la señorita Lis?- preguntó el detective.
-Hace dos semanas. Quedamos para ir a cenar juntas.
-¿Le contó algo extraño, fuera de lo normal?
-Se que estaba realizando una investigación. En el museo es la encargada de verificar la autenticidad de los nuevos objetos que son adquiridos y hacía unas semanas había llegado un nuevo cargamento.
-¿Qué más nos puede contar señorita Cruz?
-Estaba distante, como distraída. Le costaba concentrarse en la conversación. La encontré incluso algo asustada, pero no me dijo el motivo.
-¿Cuándo volvió a tener noticias suyas?
-Hace dos días. Le telefoneé y quedamos en vernos anoche en mi casa. Solíamos quedar algunos jueves para nuestra sesión de cine y palomitas.
-¿Qué sucedió después?
-No se presentó. Intenté contactar con ella, pero el móvil estaba desconectado y tampoco contestaba al fijo de su oficina. Pensé que había cambiado de opinión por lo que me acosté esperando verla esta mañana y hablar con ella.

Tras terminar con su declaración el detective Carter pidió a uno de sus hombres que llevase a Silvia de nuevo a casa, pero antes de despedirse le entregó su tarjeta indicándole que le llamase si recordaba algo que hubiese pasado por alto.

Silvia permaneció en casa el resto de la jornada. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Todavía no era capaz de asimilar la pérdida de su mejor amiga. Durmió durante un rato en el pequeño sofá que tenía en el salón de su apartamento, abrazada a un cojín; cuando despertó se arrastró hasta la nevera para coger algo para comer y volvió a tumbarse en el sofá.

El teléfono sonó en repetidas ocasiones, pero no se encontraba con ánimo para hablar con nadie. Había llamado al trabajo al salir de la comisaría y se tomó el día libre.

Ya entrada la noche decidió darse un baño antes de acostarse. A la mañana siguiente sería el funeral y ya no tenía fuerzas para mantenerse en pie.
Mientras se dirigía al cuarto de baño llamaron a la puerta.

La pirámide de luz

hotep se despertó sumida en la penumbra, sudorosa y agitada, afectada por el
Se levantó y se acercó a la terraza embriagada por el resplandor de esa luna que parecía llamarla, atrayéndola hacia ella de una manera irresistible. Los recuerdos de su llegada invadieron su mente.


—¡Ahotep, Ahotep!, acaban de confirmarme que el faraón llegará a Menfis en tres días. Le acompañará el sumo sacerdote de Karnak.
—Neferet —contestó la sacerdotisa. Nunca has acertado con tus informadores. ¿Qué se le habría perdido al faraón aquí? No creo que sea cierto.
—Se comenta que tiene que ver con una profecía. Seguramente quieran consultar en la Casa de Vida —terminó de explicar a su amiga.
—Déjate de chismes y prepara las libaciones. Se acerca la hora de nuestras ofrendas a la diosa.

Con cara de disgusto Neferet se dio media vuelta para cumplir las órdenes que le acababan de dar. Todavía era joven e impulsiva. Sólo hacía unos meses que había entrado en el templo, coincidiendo con la fecha de su cumpleaños en la que había sido cortada su coleta de infancia. Pequeña y menuda, su carita redonda enmarcaba unos grandes ojos negros que querían comerse el mundo. Ahotep le había cogido mucho cariño a la pequeña.
Miró hacia la terraza desde donde la luna llena esparcía su luz iluminando la avenida de esfinges que daban acceso al palacio.

El secreto del papiro (parte1)

Dos años antes,

Estaba desesperado y se encontraba más solo que nunca. Si hubiese sabido la verdad jamás habría estado dispuesto a colaborar en el proyecto. Pensaba que estaba trabajando para el gobierno. Que estúpido había sido al creer en aquello.

Sólo quedaba una salida posible. Utilizaría su propia creación para esconderla de ellos. Si era necesario, estaba dispuesto a dar la vida para evitar la atrocidad que querían llevar a cabo con ella.


En la actualidad,


Pasaba de la media noche y Lis seguía sin aparecer. Habían quedado en ver una película juntas mientras disfrutaban de palomitas y helado de chocolate, pero Silvia había llamado varias veces a su móvil sin obtener respuesta.
Lis llevaba una semana comportándose de una forma bastante rara. Le había comentado ciertos problemas sobre el trabajo de investigación que tenía entre manos. Algo que la mantenía últimamente bastante alejada de su amiga y del mundo en general.

El día anterior Silvia consiguió convencerla de que se tomara un respiro, no sin presionar a su amiga con algo de chantaje emocional, ya que ésta se había mostrado reacia y bastante enigmática, por lo que pensó que Lis, en el último momento, había decidido dejar plantada a su mejor amiga.
Con su ego un poco herido, decidió acostarse. Al día siguiente se acercaría al museo y tendría unas palabras con ella, después, la obligaría a acompañarla a tomar un café y las cosas volverían a ser como siempre.