Se levantó y se acercó a la terraza embriagada por el
resplandor de esa luna que parecía llamarla, atrayéndola hacia ella de una
manera irresistible, los recuerdos de su llegada invadieron su mente.
-Ahotep, Ahotep!, Acaban de confirmarme que el faraón
llegará a Menfis en tres días, por lo visto le acompañará el Sumo Sacerdote de
Karnak.
-Neferet-contestó la sacerdotisa, nunca has acertado con
tus informadores, que se le habría perdido al faraón aquí? No creo que sea
cierto.
-De verdad, se comenta que tiene que ver con una profecía,
seguramente quieran consultar en la Casa de Vida- terminó de explicar a su amiga.
-Déjate de chismes y prepara las libaciones, se acerca la
hora de nuestras ofrendas a la diosa.
Con cara de disgusto Neferet se dio media vuelta para
cumplir las órdenes que le acababan de dar.
-Está bien!, Pero dentro de tres días me creerás y no
volverás a desconfiar de mí- gritó mientras cruzaba el umbral de las
habitaciones.
Ahotep se dirigió al armario de madera de cedro que
guardaba su joya más preciada, su colgante con el ankh[1] que
su padre le regaló cuando decidió entrar en el templo.
Pasó los dedos por los grabados de las puertas, sintiendo
la pureza de las figuras, mientras pensaba en su padre, en ese recuerdo que
siempre la invadía cada vez que
recuperaba el amuleto, se había convertido en una especie de ritual todas las
mañanas, la imagen de su padre presentándole, por primera vez, las palabras
sagradas de Thot[2],
animándola y alentándola día a día a superarse así misma en la lectura y la
escritura.
-Padre, cuanto te echo de menos- suspiro mientras colgaba
el amuleto de su cuello.- me haces tanta falta, sobre todo ahora, que siento
cambios y no consigo descifrarlos.
[2] Dios de la escritura, para los egipcios las
palabras contenían un gran poder y toda la sabiduría se encerraba en el gran
libro de Thot
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