jueves, 26 de abril de 2012

La Pirámide de Luz (parte2)

Se levantó y se acercó a la terraza embriagada por el resplandor de esa luna que parecía llamarla, atrayéndola hacia ella de una manera irresistible, los recuerdos de su llegada invadieron su mente.



-Ahotep, Ahotep!, Acaban de confirmarme que el faraón llegará a Menfis en tres días, por lo visto le acompañará el Sumo Sacerdote de Karnak.

-Neferet-contestó la sacerdotisa, nunca has acertado con tus informadores, que se le habría perdido al faraón aquí? No creo que sea cierto.

-De verdad, se comenta que tiene que ver con una profecía, seguramente quieran consultar en la Casa de Vida- terminó de explicar  a su amiga.

-Déjate de chismes y prepara las libaciones, se acerca la hora de nuestras ofrendas a la diosa.

Con cara de disgusto Neferet se dio media vuelta para cumplir las órdenes que le acababan de dar.

-Está bien!, Pero dentro de tres días me creerás y no volverás a desconfiar de mí- gritó mientras cruzaba el umbral de las habitaciones.




Ahotep se dirigió al armario de madera de cedro que guardaba su joya más preciada, su colgante con el ankh[1] que su padre le regaló cuando decidió entrar en el templo.

Pasó los dedos por los grabados de las puertas, sintiendo la pureza de las figuras, mientras pensaba en su padre, en ese recuerdo que siempre  la invadía cada vez que recuperaba el amuleto, se había convertido en una especie de ritual todas las mañanas, la imagen de su padre presentándole, por primera vez, las palabras sagradas de Thot[2], animándola y alentándola día a día a superarse así misma en la lectura y la escritura.

-Padre, cuanto te echo de menos- suspiro mientras colgaba el amuleto de su cuello.- me haces tanta falta, sobre todo ahora, que siento cambios y no consigo descifrarlos.


Se colocó sus brazaletes de sacerdotisa y salió directa al patio, donde ya la esperaban las nuevas acólitas.


[1] Cruz de la vida, amuleto de gran poder en el antiguo Egipto
[2] Dios de la escritura, para los egipcios las palabras contenían un gran poder y toda la sabiduría se encerraba en el gran libro de Thot

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