-¿Estás bien?- preguntó
Silvia cuando por fin aminoraron la velocidad.
-No te preocupes, no ha sido
nada, sólo un pequeño rasguño.
Pero ella sabía que le
estaba molestando. Notaba como el sudor empezaba a caer por su frente y
conducía con una sola mano.
-Da igual, en cuanto puedas
para en una gasolinera. Cogeremos algo para desinfectar esa herida y echarla un
vistazo.
-Silvia de verdad, no pasa
nada.
-¡No! Me da igual lo que
digas. Veré tu herida y no se hable más.
Pasó su mano por su pelo mientras contenía su frustración y aguantaba una mueca de dolor.
-Está bien. Sigues siendo
igual de cabezota ¿eh?
Una dulce sonrisa se dibujó
en los labios de Silvia mientras por dentro temblaba incontrolablemente ante
los últimos sucesos sufridos.
-Todo sea por los viejos
tiempos.
Silvia no decayó en su deseo
de curar la herida de su brazo por lo que pararon en la primera gasolinera que apareció en su camino donde pudo
comprar un pequeño botiquín y seguir la marcha hasta las afueras de
Basingstoke, donde consiguieron una habitación para pasar la noche. A la mañana
siguiente llegarían hasta Tidworth.
La habitación era sencilla con una sola cama de matrimonio en el centro y un pequeño cuarto de baño. Una
mesa y dos sillas junto a la ventana era el resto del mobiliario.
-Me parece que hoy dormirás
en el suelo- comentó Jack mientras mostraba sus blancos dientes en un sonrisa
felina. El sudor seguía empapando su frente y Silvia no tenía ganas de discutir
en estos momentos.
-Quítate la camiseta y deja
que vea esa herida de una vez.
-¿Quieres que me desnude ya?
Pensé que primero jugaríamos un rato antes de lanzarnos juntos a una maratón de
sexo desenfrenado, pero veo que no te andas con chiquitas cariño.
-Jack, deja el sarcasmo para
más tarde, ahora mismo no estoy de humor para tus bromas.
-Gatita, he tenido que
soportar durante horas tu sermón sobre mi herida, creo que tú puedes soportar
unas cuantas frases subidas de tono y estaremos en paz ¿no?- contestó él
mientras mordía su labio en un intento de mitigar el dolor. Su sarcasmo y sus
palabras provocativas eran su escudo ante la quemazón que sentía subir hacia su
hombro.
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