domingo, 26 de agosto de 2012

El secreto del Papiro (Capítulo 9 parte I)


El profesor Adam trabajaba en su despacho cuando el reloj marcó las doce de la noche. Desde el día en que Jack y Silvia habían abandonado la capital no había vuelto por la universidad, evitando así cualquier incidente tras el intento de secuestro de Silvia.

Esa misma mañana se había puesto en contacto con su amigo de la CIA confirmando que, al día siguiente, el agente del profesor se encontraría con Jack en el lugar de encuentro.
El viejo profesor se encontraba más tranquilo con ese hecho, pero no conseguía quitarse de encima esa sensación de peligro que llevaba todo el día acosándolo. Había aprovechado la visita de su viejo amigo, el director del banco en que mantenía actualizadas sus cuentas, para dejar varios asuntos arreglados.
 Últimamente no se había encontrado muy bien y su corazón empezaba a resentirse con las emociones de los últimos días. Sólo esperaba que Jack y Silvia consiguiesen zanjar todo sin demasiadas complicaciones. Algo en la mirada de esos chicos le decía que había algo más de lo que hacían ver.


Tras enviar sus últimas conclusiones sobre el pergamino a su amigo y colega Abdul, cerró el ordenador y se dispuso para acostarse. Cerró la puerta del despacho que se encontraba al otro lado del salón principal y se dirigió a la escalera que ascendía a los dormitorios.

Las cortinas de la sala se encontraban echadas sin que desde el exterior pudiera observarse movimiento alguno dentro de la casa.
Ascendía el primer escalón pero algo llamó su atención. Comprobó que el pequeño aplique ubicado en la mesita auxiliar del salón se encontraba encendido. Volvió a descender y caminó hacia él para apagar la luz. La gran sala estaba recubierta en dos de sus paredes de grandes estanterías llenas de libros clasificados por su contenido. Una cheslón de color granate se ubicaba cerca de la chimenea, junto a la mesita auxiliar a la que el anciano se dirigía y una gran puerta de cristal daba salida al jardín posterior de la casa. Encima de la chimenea, un gran cuadro de las pirámides de Egipto presidía la habitación. El profesor se quedo mirándolo, acudiendo a su mente gran cantidad de recuerdos de su primera excavación como estudiante universitario. La chimenea se encontraba apagada aunque aún quedaba un pequeño rescoldo que mantenía caliente la gran sala.

El profesor apagó la pequeña luz y cerró las puertas tras de si. Volvió a dirigirse a las escaleras cuando escuchó un ruido fuera. Su asistente, Matilda, hacía rato que se despidió para irse a descansar, por lo que sabía que no podía ser ella. Cauteloso, se acercó hacia la mesa de la entrada donde había ubicado un teléfono; descolgó para llamar cuando se escuchó un fuerte ruido de cristales rotos. El profesor marcó temblando el número de la policía. Sabía perfectamente que algo andaba muy mal.


-Yo que usted colgaría ahora mismo ese teléfono profesor- irrumpió una voz en la habitación.

El anciano se giró para ver quien irrumpía de esa manera en su hogar sin ser invitado.
 Dos hombres habían accedido a través de las puertas del salón. El más alto de constitución delgada, con el pelo rubio platino y una cicatriz que cruzaba su mejilla sonrió ante su anfitrión.

-Nos ha costado bastante dar con usted, pero eh aquí, por fin nos vemos las caras y, si no me equivoco, tiene información valiosa para nosotros- volvió a hablar tras la primera sorpresa.
-¿Quiénes son ustedes y que hacen en mi casa?
-Tenemos una amiga en común profesor, la señorita Cruz y, a pesar de nuestros esfuerzos, se nos ha escapado de las manos.
-No se de que me habla.
-No se haga el estúpido, le aseguro que no le conviene. Va a decirnos dónde se encuentra y que sabe respecto a su viaje.

El otro hombre, más bajo que su compañero y con cara de pocos amigos, sacó una pistola y apuntó directamente al viejo profesor.

-¡No se de que me hablan! ¡Márchense o me veré obligado a llamar a la policía!- gritó mientras volvía a levantar el auricular del teléfono. Un disparo retumbó en la habitación.
-El próximo no será en la pierna profesor- comentó sarcásticamente el hombre rubio- ahora hable o de lo contrario.
No pudo terminar la frase. Su delicado corazón no pudo aguantar tanta presión y el profesor cayó desplomado al suelo tras sufrir un ataque al corazón.


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