El timbre de la puerta sonó por tercera vez. Alex se había
quedado dormida en el sofá con la televisión puesta más de lo que ella pensaba.
Se desperezó y se levantó dispuesta a abrir.-¡Ya voy, ya voy!-gritó ante la
insistencia de la persona que estaba al otro lado.
Abrió todavía medio dormida.
-Ya era hora- dijo Patty mientras apartaba a su amiga de la
puerta para entrar- ¿todavía estás así?-Alex se miró sin saber a que se refería
su amiga-Venga a la ducha sin demora que después tendré que ponerme con tu pelo
y tu maquillaje.
-Tranquila, sólo son las-miró el reloj desconcertada-¿seis?
-Si las seis. Te volviste a quedar dormida en el sofá eh.
-Si pero no pasa nada, hay tiempo de sobra, he quedado a las
diez- contestó mientras cogía una toalla limpia del armario y se dirigía a la
ducha antes de que a su amiga le entrase un ataque de histeria.
-Se pasarán más rápido de lo que imaginas, así que mientras
te duchas iré escogiendo la ropa para que luego podamos decidir que te pones.
Alex puso los ojos en blanco mientras escuchaba a su amiga
desde el otro lado de la puerta- el ropero es todo tuyo, mira cuanto gustes-
abrió el grifo y se metió debajo dispuesta a no escuchar la perorata sobre su
ropa que sabía vendría a continuación. Nunca había sido seguidora de modas ni
le gustaba gastar más de lo necesario en vestuario, algo que sus amigas siempre
le recriminaban. “Nunca sabes dónde puede aparecer el hombre de tu vida”, decían
una y otra vez y, aunque ellas siempre parecían sacadas de una revista de moda,
tampoco habían tenido mucha suerte en lo que a romances se refería.
Apofis había enviado a uno de sus hombres para que vigilara
la zona donde habían sentido el rastro por última vez, estaba convencido que
algo de vital importancia se ocultaba allí y su instinto nunca le había
fallado. Pensando que podría ser sonó el móvil que llevaba guardado en su
vaquero ajustado.
-Señor, llevaba razón- dijo una voz al otro lado de la línea
telefónica- he seguido el rastro hasta la dirección que me dio y no hace mucho
que debió estar por aquí.
-Bien-contestó Apofis- ¿has podido averiguar algo más?
-Dada la ubicación en la que se encontraba puede que
estuviese vigilando el edificio de enfrente, pero no he conseguido dar con el
objeto de su vigilancia.
-Está bien-dijo algo frustrado. Era su mejor rastreador por
lo que si él no podía dar con ello nadie podría- sigue observando y llámame si
hay alguna novedad- colgó el teléfono sin esperar respuesta alguna.
Patty rebuscó en el fondo del armario y sacó un par de
vestidos y dos conjuntos más informales, sabía perfectamente que Alex no era de
ponerse vestidos, por lo que pensó en una alternativa si ella se negaba. –Se
puede estar cómoda y sexy con unos buenos vaqueros-dijo en voz alta.
Alex salió de la ducha con una toalla en la cabeza y un
frasco en la mano y fue repasando los conjuntos que su amiga le había sacado
mientras se extendía una buena cantidad de crema hidratante por las piernas.
Estaba claro que su amiga se estaba tomando esto muy en serio a juzgar por la
ropa colocada sobre su cama, pero ella no quería ir vestida de lo que no era.
Desde que había dejado de fumar hacía ya año y medio había cogido unos kilitos,
como ella solía decir y, aunque se empeñase en sentirse poco sexy, la verdad es
que seguía teniendo un cuerpo estupendo lleno de curvas sensuales que atraían
la mirada de más hombres de los que ella pensaba, por lo que señaló
directamente a los vaqueros y descartó los vestidos minúsculos.
-Lo imaginaba-comentó su amiga ante su gesto- Está bien,
estos vaqueros te hacen una estupenda figura y combinados con alguna de
éstas-le enseñó varias posibilidades-y unos buenos tacones, vas a estar
realmente irresistible.
Alex sonrió y se dejó llevar por el entusiasmo de su amiga.
Abrió el cajón de la ropa interior y buscó uno de los conjuntos que todavía no
había estrenado, un sujetador de encaje naranja a juego con una braguitas
brasileñas que había comprado hacía un par de semanas. No sabía muy bien por
qué, pero el color naranja mezclado con crema le había llamado la atención,
pues creaba una sensación óptica de llamas. Se puso la ropa interior y se giró
para sentarse en la silla que había colocado delante de la coqueta con espejo que
se encontraba pegada a una de las paredes de la habitación.
-Soy toda tuya, péiname y maquíllame como te guste- miedo le daba decirle eso,
pero de todas formas Patty haría lo que se le viniese en gana, así que era
mejor dejar el camino libre.
Patty le secó el pelo con el secador y después cogió la
plancha y comenzó a alisárselo. Alex tenía una melena preciosa de color
chocolate brillante que le recordaba a las antiguas sacerdotisas y su amiga
disfrutaba alisándola. Tras dejarle el pelo suave y liso pasó a maquillar.
Quería que su amiga se sintiese segura de si misma cuando se mirase al espejo y
así se volviese un poco más atrevida esta noche. No todos los días se cruzaba
en tu camino un espécimen como ese, con un cuerpo escultural y una cara que
parecía más bien un dios que un simple mortal.
Se tomó su tiempo aplicándole primero una crema hidratante y
maquillando con sumo cuidado sus oscuros ojos y aplicando máscara en las
abundantes y extensas pestañas que eran la envidia de todas las amigas. Cuando
terminó se quedó mirando un rato el resultado y, una vez satisfecha, dejó que
Alex se mirase en el espejo.
-¡Wow!-dijo cuando se vio- ¿esa soy yo?
-Pues claro nena. Y ahora venga, ponte esos vaqueros y la
camiseta que te he elegido.
Los vaqueros le quedaban como un guante y la camiseta que
había elegido Patty no era menos espectacular. Consciente de los tatuajes que
su amiga tenía en la espalda y el bronceado que ya tenía, escogió una camiseta
negra de tirantes con escote en la espalda hasta la cintura, ajustándose a la
cadera y realzando el busto. La cruz egipcia que llevaba en su hombro izquierdo
y la mariposa tatuada en el centro de la espalda parecían cobrar vida con los
destellos dorados del bálsamo que había extendido por todo el cuerpo. Se calzó
unos zapatos negros con un taconazo enorme y se volvió a mirarse en el espejo.
Patty le acercó unos pendientes negros en forma de rosa, su
anillo de la suerte, un anillo de oro y plata en forma de cartucho con un
nombre egipcio que a ella siempre le había gustado, y un cordón negro al cuello
del que colgaba una pequeña estatua de la diosa Isis.
-Nunca he entendido tu pasión por el antiguo Egipto- le dijo
su amiga mientras abrochaba el cordón a su cuello.
-Hay cosas que ni yo misma entiendo- contestó.
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